Después de 60 años Antofagasta volverá a implementar una estación de monitoreo de satélites

 Después de 60 años Antofagasta volverá a implementar una estación de monitoreo de satélites

Antofagasta retomará un trabajo que a fines de la década de 1950 y principios de 1960 se transformó en la semilla de la posterior instalación de los grandes observatorios astronómicos que hoy están en el norte del país. En aquella época, un sacerdote del Colegio San Luis, un profesor de física y estudiantes del establecimiento realizaron tareas de observación de los primeros satélites que la humanidad envió al espacio, contribución que luego fue presentada en los Estados Unidos, donde se expusieron las bondades de los cielos chilenos para la ciencia. Más de seis décadas después, la región volverá a ejecutar un monitoreo de satélites, esta vez, como parte de un proyecto del Centro de Astronomía de la Universidad de Antofagasta (Citeva), que estudiará la contaminación lumínica de origen espacial.

El director del centro, el doctor en astronomía Eduardo Unda-Sanzana, manifestó que hasta ahora las estrategias de los productores de satélites para mitigar la luz que reflejan y que interfieren con el trabajo de los observatorios no ha registrado grandes resultados. Con el proyecto no solo pretenden retroalimentar a estas compañías, los datos también permitirán que los observatorios desarrollen software para evitar el paso de estos objetos cuando están en operación. “Un satélite muy brillante incluso puede quemar un detector muy sensible y que probablemente costó decenas de millones de dólares, a ese nivel estamos hablando”, señaló el astrónomo.

Pero para el académico la iniciativa además cuenta con un fuerte componente histórico en el que la región cumplió un rol que incluso llegó a incidir en la posterior elección de Chile para la construcción de las multimillonarias infraestructuras levantadas para el estudio el universo. “Es toda una cadena de eventos que se gatillan por el Año Geofísico y creo que insospechadamente este sacerdote, el profesor de física y sus estudiantes vienen a ser los pioneros que abrieron camino, sin imaginarlo, para los desarrollos que vemos hoy”, apuntó el director del Citeva.

Aunque el relato es mucho más extenso, Unda-Sanza resumió que 1958 fue el Año Geofísico Internacional, época en que los países se propusieron colocar satélites en el espacio. Sin embargo, los que realmente estaban enfrentando esos desafíos fueron Estados Unidos y la Unión Soviética. En 1957 este último país se adelantó a todo lo esperado, ya que las expectativas indicaban que los primeros en lograrlo serían los estadounidenses quienes, como preparación, desplegaron una serie de pequeñas estaciones por el planeta que tendrían como misión seguir estos satélites cuando estuvieran en órbita.

“Se llamaba la red Minitrack y en Chile consideró dos estaciones, una en Santiago y la otra en el Salar del Carmen, Antofagasta. En 1957 inicialmente la estación la operó el Ejército de Estados Unidos por un año, pero en 1958 se la traspasó a Nasa que a su vez firmó un acuerdo de cooperación con la Universidad de Chile hasta 1963”, sostuvo el astrónomo.

De esta forma, Chile participó de dos maneras en el Año Geofísico Internacional, la primera como anfitrión de estas estaciones y la otra fue con un astrónomo de la Universidad de Chile, Federico Rutllant, quien coordinó un proyecto de ciencia ciudadana que llamó “Moon Watch”, que consistía en organizar equipos de observación de distintas ciudades para el seguimiento visual de los satélites, registrando datos como posición y las horas. Por lo que leyó Unda-Sanzana en los documentos de la época, Rutllant tenía la intención de organizar cuatro equipos, Temuco, Concepción, Santiago y Antofagasta. Pero en la práctica al parecer solo se organizaron dos, Santiago, que hizo observación desde una base de la Fuerza Aérea y en Antofagasta, el otro equipo estuvo en el Colegio San Luis y lo lideró el sacerdote Germán Saa, con ayuda del profesor de física Arturo Paiva, quienes tuvieron la participación de estudiantes durante algunos años. La correspondencia del sacerdote con la Universidad de Chile y los organismos estadounidenses muestran que estuvieron activos de cuatro a cinco años.

“Lo que es muy interesante es que saltándose el protocolo de cómo debían hacerse ciertas cosas, porque se suponía que Antofagasta trabajaría para Santiago que remitiría la información, Arturo Paiva y Germán Saa parece que fueron muy porfiados con el hecho de establecer una comunicación directa con Estados Unidos aprovechando que estaba acá la estación de la Nasa. Las comunicaciones internas muestran que finalmente lo consiguieron y les permitieron usar la estación del Salar del Carmen tanto para recibir datos como para enviarlos a Estados Unidos. A tal punto llegó esto que incluso les dieron un pequeño reconocimiento con unas piochas que no se entregaban a todas las personas por el aporte realizado”, apuntó.

En 1963 los equipos de la estación en Santiago alcanzaron mayor potencia, los satélites también hicieron lo propio y se consideró que Antofagasta era redundante para el trabajo del Minitrack, ya que desde Santiago podían alcanzar incluso a Centro América. La estación se desmanteló y en la actualidad no quedan más que unos cimientos, los equipos se trasladaron a la capital y el grupo de Saa se disolvió porque el sacerdote fue trasladado.

“Sí se concretó la observación de los Sputnik desde Antofagasta y de varios otros satélites durante los años que siguieron por parte de este grupo en el Colegio San Luis. Esta es la historia de la investigación que estuve realizando y ahora postulé a un proyecto ANID Quimal, que tiene una línea especial para desarrollar proyectos de astroingeniería en Chile. Como llevo trabajando algunos años en temas de contaminación lumínica, los últimos en particular de origen espacial, observé que los equipos astronómicos que tenemos no son buenos para ese trabajo porque no se mueven muy rápido y no alcanzan a efectuar una observación detallada ni con más de un filtro”, puntualizó el académico de la UA.

La propuesta para la ANID (Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo) fue implementar un sistema de seguimiento rápido que pueda hacer varios puntos de observación durante el paso de un satélite cambiando filtros, evaluando la precisión de las coordenadas y detectando cómo cambia el brillo según el ángulo de observación. “La propuesta estuvo súper bien rankeada y se aprobó el financiamiento, así que durante los próximos meses comenzará la compra de equipos y creo que a fines de este año tendremos instalada y funcionando la estación de monitoreo satelital, con el objetivo inicial de estudiar contaminación lumínica de origen espacial, pero que en el fondo retoma el trabajo de observación que se interrumpió el año 1963”, valoró.

El proyecto se implementará en el Observatorio Ckoirama de la Universidad de Antofagasta, unos 65 kilómetros al sureste de la ciudad, en pleno Desierto de Atacama.

SEMILLA

El director del Citeva dijo que la historia del siglo pasado tiene un epílogo interesante y es que el coordinador nacional, Federico Rutllant, cuando pasó el Año Geofísico Internacional hizo una gira por Estados Unidos mostrando la contribución chilena de la estación del Salar del Carmen, de Santiago y los datos obtenidos. Y en este viaje aprovechó de entablar conversaciones con distintas universidades de ese país para hablar de las bondades de los cielos chilenos que estaban demostradas por este trabajo. “Es lo que da origen a que esas universidades se entusiasmaran y decidieran abrir el observatorio del Cerro Tololo en Coquimbo. Ese trabajo se convirtió en la semilla de la llegada de los grandes observatorios al país, porque llegó Tololo en 1963, ESO con el Observatorio La Silla en 1969 iniciando la exploración más detallada del norte de Chile desde Coquimbo y 30 años más tarde hacia Antofagasta con la instalación de Paranal. Es toda una cadena de eventos que se gatillan por el Año Geofísico y creo que insospechadamente este sacerdote, el profesor de física y sus estudiantes vienen a ser los pioneros que abrieron camino sin imaginarlo para los desarrollos que vemos hoy”, destacó el investigador.

Dentro de la iniciativa lo más complejo es comprar los equipos y en eso Unda-Sanzana expresó que es un tema que el país debe trabajar, porque la burocracia es muy restrictiva y el procedimiento puede demorar unos cuantos meses. Pero una vez que se resuelva ese punto y tengan todo lo necesario, algo que se concretaría a mediados de año, la idea durante el segundo semestre es integrar los sistemas para que funcionen coordinadamente. Primero realizarán pruebas en el Campus Coloso de la universidad y hacia fines del año lo instalarán en el Observatorio Ckoirama.

Parte de los equipos son telescopios de unos 50 centímetros de diámetro, pero con la particularidad de que cuentan con alta velocidad y precisión en sus movimientos. Con un telescopio normal ante una decena de satélites pasando por el cielo podrían apuntar a un objetivo y cuando intentaran rastrear el segundo, el resto de ellos habrá desaparecido. Con los aparatos que están en camino podrán observar rápidamente incluso pudiendo mirar, por ejemplo, esos diez satélites más de una vez durante su paso con cambios de filtro y otras pruebas astronómicas. “Lo que veremos es una especie de brazo robótico apuntando al espacio que se mueve de una manera muy ágil de un momento a otro”, detalló.

Otra objetivo del Citeva es que este proceso cuente con un grado de interacción con la comunidad. Cuando esté en Coloso probablemente realizarán algunas sesiones para mostrar cómo funciona y cuando esté en el desierto también, especialmente con actividades que inviten a los estudiantes a retomar la observación satelital y conocer cómo funciona esta tarea.

Lo que estudiarán será la contaminación lumínica proveniente de los satélites artificiales que reflejan la luz del sol básicamente por problemas de diseño, algo que podría mitigarse, pero hasta ahora las estrategias que han desplegado las compañías para no ser tan brillantes no han funcionado bastante.

Entonces, el académico expuso que la investigación es importante, “por un lado, para retroalimentar a las mismas empresas para que hagan un mejor trabajo y, también, para los observatorios tendrán que desarrollar herramientas de software para intentar evitar el paso de los satélites. Uno demasiado brillante incluso puede quemar un detector que sea muy sensible y que probablemente costó decenas de millones de dólares, a ese nivel estamos hablando. Esta potencial información será muy valiosa porque podrán caracterizarse las distintas familias de satélites y priorizar cuáles podrían evitarse. Lo que complica más todo esto es que esos aparatos no tienen una forma homogénea, no son una esfera, cuentan con paneles, antenas y distintas características que dependiendo de dónde sea observado, Antofagasta o Coquimbo, no se verán igual. Hacer este modelo de brillo que prescriba claramente cómo lo verás dependiendo del ángulo de observación es un trabajo que no es menor y en estos momentos hay 16 operadores distintos que han anunciado satélites a poner en el espacio, así que el trabajo es bastante”.

La Universidad de Antofagasta lidera un equipo en el que también está las universidades de Atacama, de Chile, un astrónomo de la ESO, también presta apoyo la FACh y un centro que creó la Unión Astronómica Internacional para el estudio de los satélites. Estos serán partners con los cuales conversar y todos tendrán algo que decir durante el desarrollo de proyecto. La estación, además, estará al servicio de un nuevo grupo en Chile que se llama CLEOsat, una organización de académicos de distintas universidades que lidera la Universidad de Atacama y que tiene como objetivo esta clase de estudios, añadió Unda-Sanzana.